Por Carlo Vercellone [1]
Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación permiten al capital externalizar fases enteras del proceso de producción hacia los consumidores. Y permanecen siempre más porosas las fronteras entre tiempo libre y tiempo de trabajo, entre esfera de la producción y esfera del consumo. Esta tendencia encuentra probablemente su forma más emblemática y potente en el desarrollo de las grandes plataformas de los oligopolios de Internet, que tienen hoy un rol de liderazgo en el capitalismo mundial; con frecuencia sobre la base de una ganancia que asocia la venta de espacios publicitarios y la extracción de los contenidos de los datos de los usuarios.
Siguiendo el desarrollo del capitalismo cognitivo, asistimos hoy a una mutación de la relación entre el capital y el trabajo, en sentido inverso, pero aún más radical en importancia respecto a aquella que Gramsci en los años ’30 había evidenciado en “Americanismo y fordismo”. Para comprender el origen y el alcance de este cambio es necesario recordar cómo en la posguerra el modelo de crecimiento fordista representó la realización de la dinámica de desarrollo del capitalismo industrial y de la lógica de la subsunción real de los procesos de trabajo (según la categoría marxiana). Este modelo se fundaba en parte sobre tres pilares principales: primero, la polarización social de los saberes y la separación entre trabajo de concepción y trabajo de ejecución; segundo, la hegemonía de las concepciones incorporadas en el capital fijo y la centralidad del trabajo material sometido a las normas tayloristas de extracción del plusvalor; en tercer lugar, el modelo fordista de producción en masa había instaurado lo que podemos llamar un régimen temporal bien preciso de regulación de los diferentes tiempos sociales, un régimen temporal que se articulaba en dos niveles principales:una delimitación muy clara entre el tiempo de trabajo oficial pagado y realizado dentro de la empresa y el llamado tiempo libre, y la oposición entre la esfera de la producción y la esfera del consumo (centrada en mercancías estandarizadas, como heladeras, autos, etc.) y en los productos de las industrias culturales de la sociedad del espectáculo (televisión, radio, cine) en los que el consumidor quedaba relegado a una posición pasiva.
Ahora bien, el conjunto de estas convenciones fordistas-industriales concernientes a la noción de trabajo productivo, la medición del trabajo, la dicotomía entre tiempo de trabajo y tiempo libre, fueron profundamente alteradas tras la crisis social del fordismo y el desarrollo del capitalismo cognitivo e informacional. Principalmente, dos transformaciones estrechamente entrelazadas explican esta bifurcación. La primera está ligada al retorno a la dimensión cognitiva del trabajo que, sea por su naturaleza intrínseca, sea por las políticas manageriales de gestión del trabajo del laboratorio del conocimiento, se presenta como una actividad que se despliega sobre el conjunto de los tiempos sociales. Esto conlleva que, para un gran número de trabajadores asalariados o formalmente independientes, la unidad de tiempo y lugar en la relación salarial fordista está hoy radicalmente puesta en discusión. El tiempo de trabajo oficial que se realiza en la empresa no es más que una fracción del tiempo de trabajo real. Estos eventos dan lugar a un aumento del trabajo no reconocido y no remunerado que es difícil de cuantificar según los criterios tradicionales de su medición; obedeciendo a una lógica que recuerda las formas más primitivas de extracción del plusvalor absoluto, como en los tiempos del capitalismo de la subsunción formal. La segunda transformación consiste en el modo en que las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación permiten al capital externalizar fases enteras del proceso de producción hacia los consumidores. Y permanecen siempre más porosas las fronteras entre tiempo libre y tiempo de trabajo, entre esfera de la producción y esfera del consumo. Esta tendencia encuentra probablemente su forma más emblemática y potente en el desarrollo de las grandes plataformas de los oligopolios de Internet, que tienen hoy un rol de liderazgo en el capitalismo mundial; con frecuencia sobre la base de una ganancia que asocia la venta de espacios publicitarios y la extracción de los contenidos de los datos de los usuarios.
Para intentar dar cuenta de esta realidad, se acuñaron varios conceptos nuevos, como el de digital labor, el de prosumer (es decir, la contracción en inglés de los términos productor-consumidor) o incluso el de extractivismo digital, en relación al rol de Big Data, que cumpliría una función similar a la de las petroleras. Tenemos aquí uno de los elementos centrales que deberían empujarnos a repensar globalmente la organización del capitalismo y con ello las nociones de trabajo productivo y de salario en comparación con la época fordista. Sin embargo, debido a su carácter gratuito, invisible y aparentemente realizado en la esfera del llamado tiempo libre, numerosos sociólogos y economistas, mainstream o incluso críticos, se ven a menudo inducidos a negarle al Digital Labour la naturaleza de un trabajo real, tanto en su sentido antropológico como en el de una actividad creadora de plusvalía. Para responder a estas objeciones y comprender el papel estratégico de las plataformas capitalistas y del trabajo digital en el capitalismo cognitivo, procederé en dos partes.
- De la crisis de la ley del valor a las plataformas capitalistas de la “gratuidad mercantil” y del Free Digital Labor
Marx usa el concepto de General Intellect para designar, después de la subsunción formal y la subsunción real, una nueva etapa de la relación capital-trabajo, en la cual el saber deviene fuerza productiva inmediata. El sentido de esta transformación debe ser tomado desde un doble punto de vista. En primer lugar, desde el punto de vista del trabajo vivo.El General Intellect indica una nueva etapa de la división del trabajo en la que el conocimiento se resocializa y se encarna en la figura de una intelectualidad difusa que ahora potencialmente tiene todos los pre-requisitos para la autogestión de las condiciones de la producción por parte de quienes trabajan. En segundo lugar, desde el punto de vista del saber incorporado del capital fijo, el General Intellect indica una aceleración del proceso de automatización de la producción, que termina por reducir a un mínimo el tiempo de trabajo inmediato dedicado a la producción.Y abre, por esta vía, el horizonte de una economía fundada en la crisis de la ley del valor, la abundancia y la gratuidad. De este modo, Marx anticipa, efectivamente, dos mutaciones mayores inducidas por la revolución de la robótica y de la economía digital. Por un lado, el modo en que, aun los mismos viejos sectores motores de la industria fordista, tienden a volverse una industria de prototipos, es decir, una organización en la que lo esencial de la creación de valor se encuentra en el trabajo de concepción de la primera unidad, mientras que los costos de reproducción son extremadamente básicos, tendiendo en algunos casos a cero.Por otro lado, la desmaterialización de un gran número de bienes culturales y de medios de producción, como por ejemplo el software, que gracias a la revolución digital podría ser hoy reproducido gratuitamente a través de un simple click.
¿Qué significa todo esto en términos económicos? En la jerga de la teoría económica estándar, esto significa que muchos bienes que, debido a su soporte material, se consideraban en el pasado como bienes privados (rivales y fácilmente excluibles a través de los precios), se han convertido en bienes colectivos, es decir, no rivales y difíciles de excluir a través de los precios. En otras palabras, como en el ejemplo del conocimiento, estos bienes colectivos pueden utilizarse colectivamente sin que el uso por una persona impida el de otra, y este hecho también hace que sea prácticamente imposible hacer pagar un precio por su adquisición. Esta nueva organización social de la producción y esta nueva tipología de los bienes del capitalismo cognitivo ha socavado profundamente el modelo de beneficio del viejo capitalismo industrial, tanto en las industrias mediáticas y culturales como en la producción más tradicional. Desde un punto de vista lógico, la caída del tiempo de trabajo necesario para la producción y la ampliación de la esfera de la gratuidad debería implicar, de hecho, un colapso igualmente drástico de la masa del valor de los bienes producidos y, por tanto, de las ganancias asociadas a ellos.Estas transformaciones han enfrentado al capital a un desafío completamente inédito que explica en gran medida lo que hemos llamado en otras oportunidades el devenir renta de la ganancia.
En este contexto, para el capital se ha convertido en una verdadera cuestión de vida o muerte encontrar la forma de contrarrestar la crisis de la ley del valor e intentar conducir la misma inteligencia difusa al marco de un proceso de creación de valor y plusvalía. En síntesis, podemos afirmar que para enfrentar este desafío el capitalismo ha desarrollado dos estrategias fundamentales aparentemente opuestas, pero que en realidad son complementarias y a menudo utilizadas simultáneamente por las grandes empresas tecnológicas líderes del capitalismo cognitivo e informacional. La primera estrategia se ha basado en un formidable refuerzo y ampliación de los derechos de propiedad intelectual que ha llegado a destruir las fronteras tradicionales entre invención y descubrimiento, generando un proceso excesivo de privatización. Esta estrategia se ha completado con el desarrollo de las tecnologías del Digital rightsmanagement que, a través de una modificación del código de acceso, han intentado hacer reingresar forzosamente los bienes en la esfera de los llamados bienes privados (es decir, volviéndolos de nuevo rivales y excluibles a través de los precios). Sin embargo, en ambos casos, el objetivo del capital es escapar de la crisis de la ley del valor creando una escasez artificial de recursos para mantener artificialmente elevado el precio de los bienes y salvaguardar las ganancias. Se trata del modelo privilegiado a fines de los años 80 por Microsoft y Apple, que sigue siendo el pilar del modelo rentístico y de ganancias de los grandes gigantes de la industria farmacéutica y la biotecnología como Novartis, Roche, Jonson&Johonson.
La segunda estrategia consiste, en cambio, en aceptar, al menos en parte, el vínculo de la gratuidad de toda una serie de bienes y servicios inmateriales, pero convirtiéndola en palanca de un nuevo modelo de beneficio y organización del trabajo capaz de explotar gratuitamente la fuerza productiva de la inteligencia difusa.Esta segunda estrategia encuentra su forma paradigmática en el modelo de la llamada «gratuidad mercantil», un concepto que, aunque pueda parecer un oxímoron, se encuentra en el centro mismo del funcionamiento de las plataformas capitalistas. Se trata de una relación económica en la que la gratuidad no tiene paradójicamente otro propósito que el de permitir a las empresas aumentar sus beneficios. El desarrollo de este nuevo modelo de ganancia y de explotación del trabajo, contribuye de modo determinante a explicar cómo la infraestructura de Internet, concebida al inicio como un bien común descentralizado y de vocación en esencia no mercantil, está hoy subsumido por el capital, en el marco de un potente proceso de recentralización y de mercantilización. Este proceso se ha desarrollado en particular bajo la dirección de los motores de búsqueda y las plataformas de redes sociales que, como en el caso de Google y Facebook, ocupan ahora las primeras posiciones del capitalismo mundial en términos de capitalización bursátil y de tasas de ganancia, movilizando una masa casi insignificante de empleados. Basta pensar que Facebook está en el orden de los 30.000 trabajadores en relación de dependencia en el mundo.
¿Cómo explicar esta paradoja, inconcebible en la era del capitalismo industrial? La solución radica en la forma en que estos grandes oligopolios de la economía digital han logrado inventar un modelo de beneficio centrado en una lógica de dos o más caras, lo que en inglés se denomina thebi-sides o (multi-sidedplatform). En otras palabras, en las plataformas publicitarias tipo Google y Facebook, se ofrecen servicios gratuitos en un lado de la plataforma para atraer a los usuarios y extraer el mayor número de datos posibles, y esto para vender del otro lado de la plataforma espacios publicitarios a los anunciantes que se dirigen a estos mismos usuarios. Más precisamente, con el concepto de Free Digital Labor, forjado originalmente vez por Tiziana Terranova en un artículo del año 2000, nos referimos entonces, jugando con el doble sentido del término “free” (en inglés), al trabajo gratuito y aparentemente libre que una multitud de individuos realiza a través de y en Internet, a menudo de manera inconsciente, en beneficio de los grandes oligopolios de esa economía.En el modelo canónico de Google y Facebook, todo parece suceder como si la plataforma hubiera logrado que los usuarios firmaran un contrato, escrito implícitamente en las condiciones de uso, que se puede resumir de la siguiente manera, ampliando un adagio utilizado para las audiencias televisivas: «Si es gratuito, es porque en realidad son ustedes los usuarios, no sólo el producto, sino también los trabajadores que, gracias a una actividad colectiva, aparentemente libre y lúdica, me permiten producirlos y venderlos como una mercancía (proporcionándome los datos, el contenido y, a través de las economías de red, el tamaño del mercado necesario para atraer a los anunciantes)».
Conclusión: en la medida en que este valor no se redistribuya a los propios usuarios de Internet, podemos considerar que se trata de un trabajo explotado, tanto en el sentido de la teoría marxista del valor-trabajo,como en el sentido de la teoría neoclásica de la distribución, en tanto la remuneración de un trabajo gratuito es por definición inferior a su productividad marginal. La tesis del Free Digital Labor ha suscitado varias controversias entre los especialistas de la economía digital, tanto en su plano teórico, como por sus implicaciones en términos de justicia social y regulación de la economía de Internet.En particular, la idea de que el Free Digital Labor podría ser considerado en todos los aspectos no sólo como trabajo, sino también como trabajo productivo generador de plusvalía, se oponen dos o tres objeciones principales que me propongo analizar mostrando al mismo tiempo sus límites teóricos y empíricos.
Crítica a las críticas de la tesis del Free Digital Labour
Una primera serie de objeciones consiste en afirmar que sería en realidad el capital intangible del algoritmo el que, mediante un proceso automatizado, «crea la totalidad o la parte esencial del valor extrayendo los datos y dándoles un significado que permite valorarlos en el mercado de la publicidad online». En resumen, el Free Digital Labour, aunque se quisiera admitir su existencia, constituiría en cualquier caso una actividad subordinada o casi insignificante de emisión de simples bits de información. Su función quedaría, en todo caso, relegada a la de simple auxiliar del sistema automático de la mega-máquina algorítmica programada por otros operadores (informáticos y especialistas de las plataformas). Este tipo de crítica a la tesis del Free Digital Labour está viciada, en mi opinión, por dos errores principales. El primer error consiste en considerar –en contradicción tanto con la teoría del valor-trabajo como con la contabilidad nacional– que los capitales fijos inmateriales de los algoritmos podrían ser una fuente autónoma de creación de valor que casi podría prescindir de la actividad del Free Digital Labour. Quisiera insistir con fuerza sobre este punto: el algoritmo, esa forma de capital fijo intangible, como cualquier otra forma de capital constante, no es y no puede ser una fuente autónoma de creación de valor independiente del trabajo vivo.Como señala Roberto Ciccarelli con razón, «la actividad que alimenta hoy el trabajo digital no sólo es llevada a cabo por la inteligencia artificial, sino por legiones de hombres y mujeres frente a los ordenadores personales encendidos en todo el mundo…En suma, el algoritmo prospera gracias al valor producido por una fuerza de trabajo». Esta constatación es aún más fuerte si tenemos en cuenta un hecho fundamental: a diferencia de los recursos naturales sumergidos en la tierra, los aportes de información y los datos en bruto que provienen de los usuarios no son un stock, sino un flujo generado continuamente por su actividad. No podría haber una demostración más clara de cómo los datos son el producto de una incesante actividad laboral, poco importa si consciente o inconsciente.
El segundo error consiste en pensar que la función de productores materias primas informacionales reduciría el trabajo digital de los usuarios una entidad prácticamente insignificante en la cadena de creación de valor de la plataforma. Esta afirmación no puede sino sorprender, en un momento en que Big Data se presenta como el nuevo petróleo o el nuevo oro del capitalismo de la información. Sobre el plano histórico, tal afirmación raya incluso el absurdo, ya que equivaldría a afirmar que, por ejemplo, en la época de la primera revolución industrial en Inglaterra, los mineros del carbón habrían desempeñado un papel marginal, o incluso que el petróleo sólo era un elemento secundario de la segunda revolución industrial…
Un error lógico e histórico similar afecta también la tesis de aquellos que, para disminuir el papel que el Digital Labour cumple en la creación de valor, lo reducen a un simple auxiliar de la máquina algorítmica programada por los operadores de la plataforma. Esta tesis parece olvidar que incluso el trabajo taylorista en la línea de montaje fordista fue caracterizado por la mayoría de los sociólogos o economistas como un simple apéndice de las máquinas y de la organización científica del trabajo, planificada por los ingenieros de las oficinas de tiempos y métodos. Sin embargo, ninguno hubiera osado afirmar entonces como ahora, que era precisamente ahí, en esta actividad auxiliar, mecánica y repetitiva, donde se encontraba el corazón del proceso de creación de valor en la era fordista.
Un segundo tipo de objeción a la pertinencia del concepto de Free Digital Labour se refiere a su supuesta incompatibilidad con el fundamento antropológico del trabajo. En otras palabras, el concepto de Free Digital Labour consistiría en considerar como trabajo actividades que el sentido común no considera como tales y sería irreconciliable con la definición filosófica moderna de trabajo como actividad consciente y voluntaria, orientada a un fin preciso.Tal aserción elude, en mi opinión, dos puntos esenciales: antes que nada, no son la conciencia subjetiva del concepto de trabajo y menos aún el sentido común lo que lo hace real,sino más bien el acto concreto de trabajo que se inscribe en relaciones sociales e instituciones que pueden hacerlo más o menos visible y reconocido.De hecho, tenemos una multitud de ejemplos históricos de actividades que,aun respondiendo plenamente los criterios de una definición antropológica del trabajo, no eran reconocidos, ni por el sentido común, ni por la consciencia subjetiva de los actores como un trabajo. Basta pensar, para dar un ejemplo recordado sobre todo por Terranova y otros teóricos del Free Digital Labour, en cómo el trabajo reproductivo gratuito de las mujeres se ha hecho invisible durante mucho tiempo para la sociedad y las propias conciencias de quienes lo realizaban.En resumen, la falta de conciencia de llevar a cabo una actividad laboral no es una característica específica del Digital Labour.
En otra parte, sobre el plano teórico, Marx mismo consideraba al trabajo alienado del trabajador como la negación del trabajo en el sentido antropológico de este término.Esto no le impedía hacer del trabajo abstracto, alienado, reducido a un simple dispendio de energía en un tiempo determinado, la fuente, la sustancia y la medida del valor y del plusvalor. Observamos que este problema de identificación y reconocimiento social del trabajo es tanto más grande en la medida en que el capitalismo ha llevado a la confusión entre dos conceptos: el concepto de trabajo, en el sentido antropológico del término, de un lado,y el concepto de trabajo asalariado, del otro, es decir, un trabajo abstracto y subordinado cuyo modo de ejecución y propósito son dictados por un poder externo.Por esta razón, a los fines de aclarar la cuestión de la naturaleza y de la percepción subjetiva del trabajo, me parece extremadamente útil, siguiendo a Marx, recordar cómo el «proceso de producción» en la empresa capitalista tiene en realidad una doble cara. Para Marx, el proceso capitalista de producción se presenta, de hecho,como la unidad contradictoria del proceso de trabajo destinado a la creación de valores de uso, por un lado, y el proceso de valorización, destinado a la producción de mercancías y plusvalía, por otro.La primera cara, es decir, el proceso de trabajo, se refiere al modo en que los hombres y mujeres, al reproducir las condiciones de su existencia, cooperan y utilizan su inteligencia y herramientas de producción para satisfacer sus necesidades y expresar su subjetividad. Se trata, como lo recordaba Rosa Luxemburgo, de una condición universal de la actividad humana válida en todo tipo de sociedades y que corresponde a la definición antropológica del trabajo.
Ahora bien, desde este punto de vista, el del proceso de trabajo, el Free Digital Labour es, en la mayoría de los casos, una actividad consciente y voluntaria que tiene por objeto producir cosas útiles y expresar la subjetividad de los individuos. Este es indiscutiblemente el caso, por ejemplo, cuando realizamos acciones simples como una búsqueda en Google para encontrar información sobre la preparación de un plato, la historia de una ciudad, la elaboración de una bibliografía sobre un tema académico, o el envío de un mensaje para organizar un evento o una reunión en Facebook. La segunda cara, es decir, el proceso de valorización, se refiere en cambio a la forma en que el capital reorganiza y subsume el proceso de trabajo para ponerlo al servicio de su objetivo: la realización del plusvalor mediante la producción y venta de mercancías.Ahora, el punto crucial es que estas dos caras del proceso de producción capitalista pueden disociarse y no aparecer simultáneamente en la conciencia de los actores.
Podemos ilustrar esta disociación cognitiva con dos ejemplos extremos y opuestos. El primer ejemplo, es la figura del trabajador asalariado en la línea de montaje, encarnada magníficamente por Charlie Chaplin en Tiempos modernos. El obrero-masa de la línea de montaje podía, de hecho, no percibir en su actividad la parte inherente al proceso de valorización, es decir, la de un trabajo mecánico, repetitivo y esclavizado por un fin externo que vaciaba su trabajo concreto de cualquier interés. El trabajo tendía así a aparecer al obrero-masa como un simple medio de ganarse la vida y la percepción de la dimensión antropológica del trabajo era prácticamente tachada de su conciencia.En otro extremo, encontramos el ejemplo de los “prosumidores” de Internet quienes, en cambio, a menudo tienen la impresión de realizar una actividad para sí mismos, autodeterminada y ligada al tiempo libre.Esto tiene una consecuencia paradójica:por un lado, el prosumidor no considera su actividad como un verdadero trabajo, porque escapa a la norma social dominante de trabajo subordinado remunerado con un salario. Pero, por otro lado, lo percibe como un acto cuyas modalidades, objetivo y resultado controla, en conformidad con el sentido de la definición antropológica del trabajo.
En suma, desde este punto de vista, lo que le falta Free Digital Labour es sobre todo la conciencia de que su trabajo es también parte integrante de un proceso de valorización, un proceso gobernado por una voluntad externa y dirigido hacia un objetivo que le está velado: el de la producción de mercancías y de la ganancia para la empresa dueña de la plataforma.Esta disonancia cognitiva, esta alienación, es tanto más fuerte en la medida en que el modo de funcionamiento de las plataformas capitalistas como Google y Facebook es muy diferente a la de la sociedad disciplinaria y la fábrica. Su organización se acerca más a la descripción que Gilles Deleuze hizo de la emergencia de una “sociedad de control”, es decir, un entorno técnico invisible capaz de seguirnos a todas partes y de guiarnos en nuestras elecciones, sin dar, sin embargo, la impresión de forzarnos realmente…Podríamos incluso afirmar que tenemos aquí una especie de realización de la utopía que anima a cualquier manager o capitalista: disponer de trabajadores que tienen la impresión de trabajar para sí mismos, hasta el punto de aceptar movilizarse libremente al servicio de la empresa en una especie de servidumbre voluntaria.
Para terminar con esta crítica de las críticas dirigidas al concepto de Free Digital Labour, quisiera subrayar, cómo el análisis con el que llegamos a este punto permite responder incluso a una tercera objeción hecha con frecuencia a la pertinencia de este concepto. Me refiero a la existencia de una presunta contrapartida o remuneración en especie que compensaría con creces la apropiación, por parte de las plataformas, de los datos y de los contenidos generados por los usuarios. Dicho de otro modo, el Free Digital Labour no sería explotado, sino remunerado de forma no monetaria gracias al acceso gratuito a diversos servicios ofrecidos por la plataforma. Esta objeción parece, a primera vista, inexpugnable, pero al examinarla más atentamente presenta un grave límite: si razonamos desde el punto de vista del proceso de valorización programado por las plataformas bidireccionales, el argumento de la remuneración en especie pierde toda pertinencia. Desde este punto de vista, las infraestructuras y las herramientas informacionales que las plataformas ponen a disposición de los usuarios desempeñan un papel análogo a aquel de las herramientas de producción que cada empresa pone a disposición de sus empleados para que éstos puedan llevar a cabo, bajo sus directivas, las tareas para las que están empleados. Ahora bien, ni siquiera el propietario de la empresa podría pensar por un momento que, por ejemplo, en una fábrica, el uso de la línea de montaje por parte de los obreros podría constituir la justa compensación por el trabajo desarrollado por sus trabajadores.
[1] Este texto corresponde a la desgravación y traducción de la exposición de su autor para el curso “La Revolución”, organizado por Red Editorial en octubre del año 2020, publicado luego en el libro Servidumbre neoliberal, coordinado por Alejandra González y Adrián Cangi.